jueves, 1 de abril de 2010


Recuesto mi cabeza en el verde pasto. Con mis brazos y piernas extendidas respiro profundamente, dejando que el frío oxígeno entre a mis pulmones. Exhalo tranquila. El sentimiento de paz y tranquilidad recorre cada parte y recoveco escondido en mi cuerpo, haciéndome sentir como si estuviera en la nube más alta. Cierro mis ojos y dejo que los rayos de sol entibien mi cara, aumentando aún más si es posible mi conforte. Puedo escuchar la nada misma. Disfruto del sentimiento, de mi estado actual. Y dejo que miles de pensamientos recorran mi cabeza, en otro lugar y momento me aturdirían pero no ahora. Estos viajan llevándome por un torrente de emociones, pero con la velocidad justa para admirarlos y verlos desde afuera con calma. Todas las cosas que anteriormente me atormentaron ahora son simples suspiros frustrados. Me siento bien, en paz conmigo misma, feliz con el mundo. Siento esa sincronía con lo que me rodea que tanto había buscado. Y me doy cuenta que finalmente llegue a ese punto, a ese que me costó mucho llegar pero a la larga lo hice. Ese punto de equilibrio. Equilibrio entre lo que deseo y tengo. Equilibrio entre el lugar que estoy y el que quiero llegar. Entre vos y yo. Entre mis virtudes y defectos. Entre el exterior y mi interior. Entre lo que tengo para dar y lo que quiero que me den. Instintivamente una sonrisa se forma en mi cara. Y es que esa sonrisa es tan solo una forma de expresar mi estado. Es que esa sonrisa es la que tanto busqué tener en mi cara sinceramente. Y la hago más grande, ocupando todo mi rostro. Estoy en paz. Estoy bien conmigo misma. Y ese sentimiento es más grande de lo que pensaba. Ese sentimiento es la pieza faltante perfecta, llena esos vacíos que antes molestaban. Sin dejar siquiera recuerdo de ellos, es que es algo que estaba destinado hace ya mucho tiempo. Y esas cosas tienen un cierre cuasi perfecto. El flujo de pensamientos va parando para dar lugar a un torrente, ahora, de emociones. Y estas, sí, me aturden. Me marean. Pero con un buen final. Con mi risa exultante que corta con el anterior silencio. Pero irónicamente aumentan más aún la paz en el ambiente. Mi risa contagiosa, fuerte y feliz. Esa risa que hace sonreír a quien la escucha, que alegra el ánimo de un alma en pena. No trato de pararla, sino que me dejo llevar por ella. A donde sea que lo haga. Ya no importa el final, el desenlace de esta larga historia. Porque más allá del final que me toque, estoy disfrutando la trama, el nudo, el camino que me lleve a él. Disfrutando el ahora sin preocuparme el mañana. Escucho mi risa, una pequeña exclamación de mi interior. Finalmente paro de reírme, pero una gran sonrisa sigue implantada en mi rostro. Una sonrisa que dice: Sé que voy a estar bien.