martes, 13 de diciembre de 2011
Últimamente estuve pensando mucho en el amor. En qué es el amor exactamente. Ese amor verdadero, y así, muchas versiones distintas que había recolectado durante mi vida vinieron a mi mente. Las repasé, las disecté, las desarmé, las entendí, las rechacé, las asimilé. Me tomó tiempo, y creía haber llegado a una conclusión finalmente. Pero no. Sin darme cuenta, leyendo una historia con un amor complicado que me apasiona, tuve mi epifanía. Amar a alguien, amarlo de verdad, verdaderamente y con todo nuestro ser nos cambia totalmente y cualquiera puede notarlo. Uno lo puede observar a través de las palabras, son necesarias y siempre es lindo escuchar los sentimientos del otro, pero éstas se las lleva el viento. Uno lo puede observar en gestos, son imprescindibles en una relación, un abrazo, un beso, pero éstos pueden carecer de sentido, pueden ser vacíos. Uno lo puede observar en la mirada, esa mirada llena de amor y aceptación, pero a veces en ella se esconden muchas otras cosas más, a veces no tienen voz. El amor, para mí, es verdadero cuando se ve, se nota su presencia, en los momentos en que no tiene que hacerlo, cuando no está premeditado a mostrarse. Uno puede notar ese amor enloquecedor, honesto, puro, cuando esa persona no pretende mostrarlo, no lo dice, no lo demuestra con un gesto, no lo está pensando y por ende se refleja en la mirada, pero aún así se ve. Porque esa persona está tan unida a la otra que en cada palabra suya, cada mirada, cada gesto, cada acción que toma, cada respiro se ve su unión. El cambio en esa persona es como un cambio químico. En un cambio químico, la sustancia inicial se transforma en otra con propiedades distintas, no es más la misma ni lo va a volver a ser. En la persona ocurre igual, se transformó, sus propiedades fueron cambiadas y al cambiarse en cada cosa que hace se refleja ese cambio (esa otra persona), no es más la misma de antes ni lo va a volver a ser.