martes, 29 de junio de 2010

Negación. Hay una gran diferencia entre negar con razón y negar porque sí, negar empeñado en no aceptar lo otro. Ese tipo de negación es el más temible. El más difícil de superar. Porque cuando llegamos a ese punto en el que negamos una y otra vez algo, en el que nos cegamos, en el que nos enloquecemos es que aceptarlo es algo que sentimos que no podemos superar. ¿Si no porqué negarlo de esa forma? Pero es que ni siquiera queremos escucharlo por lo que a penas sentimos la presencia de esa verdad obvia enloquecemos, gritamos, golpeamos, nos vamos lejos para no escucharla, para no verla. Entonces hacemos como si nada, como si la verdad fue solo un molesto mosquito que vino a disturbiarnos nuestra paz. Pero aún así, dentro nuestro, en un rincón sabemos, sabemos con certeza de que es la verdad, de que no se puede negar, de que solo estamos retrasando el momento. Pero aceptarlo es cambiar toda nuestra realidad, es ver que nuestro mundo no es tan perfecto. Y no estamos listos para eso. Entonces negamos. Simple como eso. Negamos, negamos una y otra vez. Pero es peor. Porque en algún momento, algún día, no podremos negarlo más. Y ahí, ahí es cuando vamos a explotar. Vamos a gritar, llorar, romper. Vamos a sentir el dolor igual o peor que en el momento en que comenzamos el plan de negación. Y por la fuerza, sin desearlo enfrentas la verdad por más dura que sea. Porque la etapa de negación es una mascara, un velo que ponemos a la realidad. Pero como todo velo en algún momento se cae para mostrarnos lo que estuvo ahí todo el tiempo.