
Cierro mis ojos con fuerza, aguantando las lágrimas que luchan por salir, sosteniéndolas ahí, latentes a su escape. En unos pocos segundos terminan por rebelarse y salen furtivas en la busca de su libertad. Van mojando mi cara en su trayecto hasta fundirse en mis labios. Puedo sentir su salado sabor en ellos. Me dejo deslizar lentamente por la pared hasta terminar sentada en el frío suelo. Y al salir las primeras lágrimas la siguen cientos de otras, como una lluvia torrencial que no parece acabar. Ni siquiera intento secarlas ¿para qué? Volverán a salir cuando lo haga. Y con cada lágrima expreso un poco del dolor que se encuentra alojado en mi pecho. De a poco me voy sintiendo más liviana, pero el dolor sigue ahí. Y es que la impotencia es un sentimiento difícil de eliminar. Mis puños se cierran y golpeó el piso con fuerza. Descargándome. Sintiendo aún esas ganas inmensas de gritar. ¿Por qué no puede ser todo más fácil, más simple? ¿Por qué todo sale tan mal? ¿Por qué, cuando siento que sos vos él chico? Abrazo mis piernas y comienzo a respirar hondo, tratando de calmarme de algún modo. Acompaso finalmente mi respiración y las lágrimas parecen haberse acabado ya. Me acomodo y saco los rastros de agua salada de mi cara. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué es difícil? ¿Por qué aunque siento que no puedo más sigo aguantando? No dejo de preguntarme y como si fuera por arte de magia la respuesta llega. Sin tiempo a asimilarla va hasta mis labios esperando salir.
- Porque sos vos - susurro a la habitación vacía, comprendiendo finalmente.