domingo, 6 de diciembre de 2009


Amor. El sentimiento más puro de todos, el eje de las personas y sus actitudes. Hay distintos, ya sea dependiendo de la persona hacia la que se siente y su ferocidad. El más codiciado es ese amor para toda la vida, el más puro, el más eterno, el más adorado, el más buscado. Ese sentimiento tan grande que viene de conjunto con miles de acciones que lo demuestran porque no puede simplificarse con simples palabras, hacerlo sería desvalorizarlo, subestimarlo. Aparece una vez en la vida, y en ese momento hay que aferrarse a él y no dejarse ir. Uno sabe cuando es, lo sabe cuando mira a la otra persona que dio otro significado totalmente diferente del que uno creía que era amor y sabe que es el indicado, que es él, que no hay nadie más así y que junto a él puede pasar el resto de sus días. Ese amor único, con un valor incalculable por lo que no se puede comprar. Ese nunca abandonar al otro en ninguna circunstancia y amarlo siempre, con sus defectos y virtudes. Ese sentir su dolor peor que el propio. Esa increíble necesidad de estar a su lado. Esa mirada llena de adoración, amor y paz al mirar sus ojos. Ese dar la vida por el otro, ese poner sus propios intereses últimos. Por más que trate, le de vueltas al asunto y escriba páginas y páginas no voy a poder explicar lo que es, lo que significa y su inmensidad. Pero sí puedo decir algo que forma gran parte de amar con cada célula de nuestro cuerpo al otro. Amar con nuestro cuerpo y alma es que nos importe más allá de nuestra propia felicidad la del otro.